La iguana Inés vivía en un árbol, junto a un río muy tranquilo.
Inés no tenía muchos amigos. Cuando alguien se acercaba la iguana se asustaba y su piel cambiaba de color. Se camuflaba tan bien, que nadie la podía ver.
La iguana Inés estaba muy triste porque nadie la hablaba, ella no se daba cuenta de que, cuando cambiaba de color, nadie la podía ver.
Pero un día sucedió algo distinto. Un ibis, llamado Ignacio, que tenía una gran vista, se dio cuenta de que había un animal camuflado tras el árbol.
El ibis se acercó lentamente para no asustar al animal que se escondía -Hola ¿cómo te llamas?- dijo Ignacio.
La iguana, algo temerosa, contestó en voz baja -Me llamo Inés, soy una Iguana.
-Yo soy Ignacio, soy un ibis. ¿Por qué te camuflas?, así no te puedo ver bien.
La iguana, se dio cuenta de que al camuflarse el resto de animales no podían verla y, con algo menos de miedo, le dijo al ibis – Es que me asustan las cosas nuevas y mi piel cambia de color cuando tengo miedo.
-Entonces no tendrás muchos amigos, ¿verdad? Es difícil hacerse amigos a los que no puedes ver, ¿no crees?- dijo el ibis Ignacio con una gran sonrisa.
La iguana sonrió también. El Ibis tenía razón ¿Si nadie podía verla, como iban a querer ser sus amigos?
-Yo nunca te había visto y eso que tengo muy buena vista. Verás, yo vengo cada día a pescar a esta zona y podemos pescar juntos, ¿si tú quieres?
– Si, me encantaría pescar contigo – Dijo la iguana.
Inés estaba tan contenta que se puso roja de la emoción y, aunque su piel se volvió a camuflar, esta vez no era por miedo, sino para celebrar su nueva amistad.